Jaulas de cemento

Por el día nos encierran en sus jaulas de cemento / y aprendemos del león / Consumir, producir, la sangre cubre mi nariz / No sé dónde quedó el rumor que nos vio nacer / Pagó la jaula al domador. 

A principios de este siglo, el grupo Vetusta Morla definió así la rueda que el ratón suele tener dentro de su jaula, y en la que la mayoría de la población corremos sin parar, sin pensar, sin preguntar. 

Varias décadas antes, un economista anunció que no hay país avanzado en el que “el sistema de mercado produzca cosas que puedan permitirse los pobres”. Una de esas cosas es la vivienda. 

Lo bueno es que hoy, más allá del enfrentamiento político y la polarización permanente, de los casos de presunta corrupción y de las diferentes maniobras de despiste, o de la absurda y obscena bronca sobre las víctimas de ETA, la vivienda es considerada como una emergencia social. Y como apuntaba en estas páginas Eva Silván hace unos días, el asunto forma parte de la conversación y de la agenda pública. También aquí. 

Lo malo es que hoy la falta de vivienda digna y asequible es un problema para una de cada cinco personas, que son las malviven en la exclusión o en su el umbral de la pobreza, incluso trabajando. Lo malo es que hoy la dificultad para pagar la hipoteca o el alquiler es un problema también para muchas rentas medias, que otrora miraban (mirábamos) para otro lado ante el flagrante incumplimiento de un derecho constitucional. Lo malo es que hoy el problema engorda la brecha social que no habíamos cerrado antes de la Gran Recesión, poniendo en peligro nuestras perspectivas de futuro. 

Pobres, inmigrantes, jóvenes y rentas medias progresivamente depauperadas. Nuestra sociedad será una mierda si en una generación no logramos incorporarlos a nuestro (nuevo) modelo de desarrollo. Sencillamente, no habitaremos un país próspero, si entendemos por ello un lugar en el que la mayoría de la población tenga condiciones dignas para poder vivir y no para tener que sobrevivir. 

La ley marco es estatal. La competencia es autonómica. El suelo es municipal. Y la construcción es privada. Urge abandonar el dogmatismo y acordar. Dejar de lado las viejas recetas izquierdistas o conservadoras. Evitar tachar de neoliberal a quienes defienden construir más, o de comunista a quienes exigen una intervención pública radical en el mercado de la vivienda. 

Las soluciones (que no hay solo una) vendrán de la mano de unos y de otros. De los partidos y de las instituciones. De los agentes sociales y de los promotores. Cediendo mucho y ejecutando rápido. Prueba y error. Y volver a empezar. 

Y claro, además de discursos, hacen falta recursos. Y revisar las prioridades. Que con más vivienda igual haría falta menos policía.


(Artículo publicado en octubre de 2024 en el diario EL CORREO).

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