No hay fórmulas mágicas
Los partidos y las principales
instituciones de representación y gobierno atraviesan el peor momento en los
últimos 35 años en España. Pero es algo que no sólo ocurre aquí. Y sean coyunturales
o estructurales los motivos, parece lógico defender que debemos innovar para
obtener alguna fórmula que cierre la brecha entre la política y la voluntad
popular en la que se fundamenta la legitimidad democrática.
Tal y como evolucionan las cosas, es
imposible plantear un futuro con certezas sobre el sistema representativo, ni sobre
si la forma de democracia que vivan nuestros biznietos se anclará sobre los
partidos políticos tal y como los llevamos conociendo en el último siglo. Pero
en tanto en cuanto surge lo nuevo -si es que ha de surgir-, soy partidario de redefinir
o reinventar lo actual, para lo que previamente hay que pasarle revista.
De entre las muchas funciones que han de
desempeñar la política y los partidos, a mi juicio, las dos principales deben
ser la de mediación entre la sociedad y las instituciones, y la de anticipar el
futuro. Por desgracia, asistimos a la pérdida del papel de “mediación
representativa”[1]
que los partidos deberían desempeñar, y vivimos una política “atrapada por los
plazos electorales”[2]
y, por tanto, de corto recorrido.
Pérdida de la función de mediación
representativa.
Habría que preguntarse, en primer
término, por las razones que han llevado a la política a no desempeñar esa
función de mediación. La fundamental es que la realidad ha pasado por encima de
la política. La política no ha acompañado (y menos liderado) a la sociedad en el
proceso de innovación que ésta ha experimentado en las últimas décadas en
materia científica, económica, de relaciones sociales, telecomunicaciones, etc.
Los partidos no han cambiado en
Occidente. Quienes participaron en el sistema político e institucional justo
después de la Segunda Gran Guerra podrían participar en el sistema actual sin
dificultad, ya que no hay grandes diferencias en lo sustancial[3]. Y
este gap se multiplica si contemplamos el hecho de que, por muchos motivos, la
gente hoy espera más de la democracia que lo que esperaba en el pasado[4].
En el artículo 2.6 de la Constitución
española se da carta de naturaleza a un sistema de partidos cuyo papel es
“fundamental para la participación política”. Sea como consecuencia de la
recién descrita falta de acompañamiento innovador a la sociedad, sea por otro
tipo de razones, lo cierto es que los partidos han ido perdiendo ese papel.
¿Cuáles podrían ser ese otro tipo de razones que dificultan el ejercicio de
mediación representativa?
He aquí algunas de las posibles razones: Una.
Que, a pesar de que la mayor parte de la financiación de los partidos procede
de las instituciones, son ahora mismo “uno de los sectores más opacos de la
sociedad”, tal y como se fundamenta en el último informe de “Compromiso y
Transparencia”[5].
Dos. Tanto si es debido al sistema de listas cerradas y bloqueadas como si se
debe a la falta de sosiego que preside la toma de decisiones sobre los
liderazgos, éstos acaban siendo elegidos por cooptación, y no por un sistema de
sana competencia entre las personas más idóneas para desempeñar la
responsabilidad en cuestión. Tres. Por la propia concepción que la sociedad
tiene de los partidos y que, en ocasiones, los propios partidos tienen de sí
mismos (organizaciones que no deben velar por el interés general, sino por una
“fracción” del mismo), la información en torno a las decisiones que se adoptan no
acaba de fluir debidamente. De esta forma, las reglas de voto se convierten en
arbitrarias, puesto que al no haber información suficiente se reducen las
posibilidades de elegir entre una buena y una mala candidatura. Cuatro, si los
partidos tuvieran más presencia (no dirección) en los diferentes movimientos
sociales, o si lo que sucediese dentro de los partidos resultase de interés para
los ciudadanos y, por tanto, transcendiese públicamente, “el partido (su
militancia) se convertiría en un vínculo con éstos y en instrumento de “alerta
temprana” para sus dirigentes”[6].
Estas razones, acompañadas de la
fundamental, abonan la tesis de la necesidad de cambiar los partidos para que recuperen
su función de mediadores.
Pérdida de la función de anticipar el
futuro.
“La disposición al desacuerdo, al rechazo
o a la disconformidad constituyen la savia de una sociedad abierta”[7]. Así
pues, en la formación de la voluntad colectiva resulta imprescindible que haya autocrítica.
Pero día a día comprobamos que ésta brilla por su ausencia. La rectificación no
se estila, y cuando ésta se produce (por lo general, tarde), rara es la ocasión
en la que viene acompañada de una clara asunción de responsabilidades y, en su
caso, de una dimisión. Ejemplos podría poner decenas, pero citaré sólo tres que
hemos conocido recientemente: la histórica relación del presidente gallego con
un capo del narcotráfico, la moción de censura en Ponferrada o la intentona de subida
salarial en forma de dietas para los cabezas de todos los grupos parlamentarios
en el Parlamento de Andalucía. En los tres casos ha habido contradicciones y
rectificaciones. En ninguno ha habido asunción de responsabilidades. Y de
dimisiones, ¡para qué hablar!
Además, lo apuntaba anteriormente,
estamos ante un modelo de partidos en el que se premia la sumisión en un
sistema de elección de cargos por cooptación. Y para que este sistema perdure,
los partidos han dejado ser relevantes paralos diferentes movimientos sociales,
clásicos y nuevos; se evitan los debates y la deliberación abierta; no se
incentiva la innovación; y, en consecuencia, se dificulta la ideación de un proyecto
de futuro alternativo ante la situación económica que vivimos.
En estas circunstancias, es lógico que “el
parcheo” campe a sus anchas, que las medidas coyunturales sean lo habitual y
que, en la medida en que se está demasiado pendiente de los medios de
comunicación y de la última encuesta, los proyectos a largo plazo no se
consideren rentables en términos electorales. Como consecuencia de todo ello,
obviamente, la función de anticipar el futuro desaparece.
¿Y cómo arreglamos esto?
Hace falta construir mejor democracia,
ancladar en la recuperación de sus dos funciones perdidas y en base a cuatro
pilares.
Para que la política recupere su función de
mediación representativahacen falta medidas de transparencia y que propicien la
participación democrática. Si vivimos una crisis de confianza, el nuevo
contrato sociedad-instituciones debe basarse precisamente en lo que nos puede
permitir recuperarla: la transparencia. Y ésta debería traducirse en medidas
concretas, como que las cuentas de los partidos y fundaciones políticas se
publiquen anualmente en sus webs, que se sometan a auditorías externas y que se
publiciten los informes de supervisión que el Tribunal de Cuentas hace de ellas
anualmente. Como que se publicite de forma accesible y periódica la evolución
de las actividades y bienes de los cargos públicos. O como que se pueda conocer
el destino de los dineros públicos que reciba cualquier empresa y se pueda
acceder a las declaraciones de bienes y actividades de las y los responsables
de las mismas (al menos en las públicas y participadas).
Para que los partidos articulen la
participación que les encomienda la Constitución “hacia afuera”, primero
habrían de practicarla “hacia adentro”. Así pues, es el momento de que la jefatura
de los partidos se elija mediante el sistema de primarias, se empiece a abrir
camino a las listas abiertas y se establezca una frecuencia mayor en la
celebración de congresos para dar más oportunidades a la renovación. Es el
momento de que searbitren mecanismos de consulta a la militancia y a la
sociedad de referencia (simpatizantes, votantes registrados, etc.) de cara a la
toma de las decisiones más importantes. Y también es el momento de buscar un
acuerdo en torno a un sistema electoral más dinámico, con una mejor
representatividad del voto y desbloqueando las listas al Congreso y a los
Parlamentos Autonómicos. Respecto del Senado, si no se convierten en
autonómicas las circunscripciones y no se transforma ya en una Cámara de
representación territorial, habría que suprimirlo.
Y para que la política recupere su
función de anticipar el futuro, propongo la estimulación del debate crítico y
la dación de cuentas, dos prácticas a las que acompañan la aparición de nuevos
liderazgos y, sobre todo, de nuevas ideas, algo clave para interpretar las
soluciones ante los problemas de una sociedad en evolución vertiginosa. Y es
que las estructuras internas de la mayoría de los partidos están demostrándose
obsoletas a la hora de canalizar los debates necesarios, de la sociedad hacia
los partidos, y en el propio interior de los mismos.
Así pues, para provocar el espíritu
crítico, sería bueno evitar los debates que giren en torno a ver quién es capaz
de adular más a la dirección del partido (o del gobierno), de forma que sólo se
permita intervenir para manifestar los puntos de desacuerdo y discutir sobre ellos,
y para aportar nuevas ideas. Como también sería democráticamente saludable
poner en marcha un mecanismo que permita la revocación de un cargo en los
partidos (y en las instituciones) por mala gestión, incumplimiento de programa
o de las promesas que se hicieron para acceder al cargo, permitiendo que un
grupo de afiliados (o ciudadanos) que detecte una mala gestión o un
incumplimiento pueda provocar la celebración de una consulta interna (o
referéndum), recogiendo la firma de un porcentaje significativo de la
militancia (o población).
En cuanto a la dación de cuentas, hacer “visibles”
para toda la ciudadanía los cargos orgánicos e institucionales de todos los
partidos políticos, las responsabilidades concretas que desempeñan y la forma
de contactar directamente con ellos sin necesidad de pasar por “filtros”, sería
un buen paso adelante. También lo sería el hecho de que las y los
parlamentarios tuvieran oficinas de atención a pie de calle en sus respectivas
circunscripciones electorales. Otro paso adelante en este sentido sería dotar
de más medios humanos y materiales a los Tribunales de Cuentas (y a las
comisiones de garantías en los partidos políticos), ampliar su mandato, previa
modificación imaginativa de la forma de elección de las y los miembros de los
mismos. Como también sería un paso adelante el hecho de que personas ajenas a
la institución pudieran formar parte de las Comisiones de Incompatibilidades de
los Parlamentos.
Transparencia, participación, debate
crítico y dación de cuentas serían los elementos que compondrían la fórmula de
una democracia mejor, dispuesta a dotarse nuevamente de sus dos principales
funciones.
Parto de la base de que la fórmula (y las
medidas que la acompañan), por sí misma, no terminaría de un plumazo con la
desafección política. No hay fórmulas mágicas. Pero también creo que, de
aplicarse, abriría un camino de cambio en nuestra cultura político-democrática
y, sobre todo, serviría para extenderla a otros ámbitos de la sociedad, en los
que es tanto o más necesaria aún. Sólo dando ejemplo desde los partidos y desde
la actividad pública se podrá empezar a exigir a la actividad privada. Y ése es
el objetivo, cambiar la política para cambiar la sociedad.
[1] FERRAJOLI, L., Poderes
Salvajes. La crisis de la democracia constitucional. Trotta, Madrid, 2011
(p.58).
[2] INNERARITY, D., El
futuro y sus enemigos. Una defensa de la esperanza política, Paidós, Madrid,
2009 (p.14).
[4] ALONSO, S., KEANE,
J., MERKEL, W., The future of
representative democracy, Cambridge University Press, New York, 2011 (p.13).
[5] Informe Transparencia, el mejor eslogan 2012, Fundación Compromiso y Transparencia: http://www.compromisoytransparencia.com/upload/08/30/InformePartidosPoliticos2012.pdf
[6] MARAVALL, J. Mª, Las promesas políticas, Galaxia Gutenberg, Madrid, 2013 (p.55).
[7] JUDT, T., Algo va mal, Taurus, Madrid, 2010 (p.151).
(Artículo publicado en el Nº2 de la revista GALDE: http://galderak.org)
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