Hay alternativas, falta voluntad


El Fondo Monetario Internacional dibujó hace unos días unas perspectivas aún peores de las previstas para economía española en los próximos años y, de la mano de Bruselas, “aconsejaron” seguir profundizando en las llamadas “reformas estructurales”. O sea, para salir del atolladero en el que nos ha metido la política de austeridad, se nos recomienda más austeridad, más recortes, más impuestos (a los trabajadores, supongo), incrementar la edad de jubilación,… Y el Gobierno de España, preso de sus compromisos – fundamentalmente, ideológicos – se ha vuelto a poner manos a la obra.

Es indignante ver cómo se aplica “urbi et orbi” una política que está resultando nefasta para la mayoría de la gente, especialmente para la más necesitada, agrandando la brecha entre ricos y pobres y haciendo que cada vez haya más pobres. Como muestra, un botón: el último informe de Cáritas indica que en torno al 21% de la población en España vive con en lo que llaman pobreza “relativa”, con 7.300€ al año; y que más del 6% vive en pobreza “severa”, cobrando 3.650 € al año.

Es indignante tener que escuchar que la política que se está aplicando es la única posible, que no hay alternativas, cuando tanto la Historia como los datos demuestran que no es cierto. En cuanto a la Historia, economistas de reconocida y premiada reputación como Paul Krugman o James K. Galbraith, a la luz de lo ocurrido en el mundo en los años 30 y de todos los estudios posteriores, nos vienen presentando las claves del tipo de políticas que deberíamos seguir para salir de esta crisis, que no coinciden con las que recomiendan el FMI y Bruselas.

En cuanto a los datos, todos ellos indican que a más austeridad, más paro y más pobreza. El propio FMI, corrigiéndose a sí mismo, indicó hace pocos meses que la austeridad retrasa la recuperación, puesto que por cada punto de ajuste fiscal, se reduce el PIB entre 0,9 y 1,7 puntos. Y en España se está viendo clarísimamente, porque la recesión se ha agudizado en aquellas regiones que más redujeron el déficit.

Parece evidente que así no saldremos de la crisis. Indudablemente, hace falta un plan de choque a corto plazo. En ese sentido, parecen lógicos los planteamientos de quienes defienden que no haya recortes en Educación o Sanidad, relajar los objetivos de déficit, una reforma fiscal y una eficaz lucha contra el fraude, una revisión “a la baja” de las estructuras institucionales, o una mayor inversión en I+D. 

¿Pero bastará con esas medidas de choque pensando en el medio y largo plazo? Yo creo que no. Son cada vez más quienes defienden que no, que el actual modelo está agotado y que hace falta un cambio estructural, un cambio de modelo. En este sentido, es muy interesante la tesis que plantea Christian Felber en su “Economía del bien común”.

Afirma el autor austríaco, que debemos cambiar los ejes sobre los que se mueve la economía: hoy se mueve en el eje competencia-beneficio, y como alternativa se plantea que habría de moverse en el eje cooperación-bien común. La razón es sencillamente demoledora: cuando hay competencia, unos ganan y otros pierden, mientras que cuando hay cooperación, todos ganan; cuando se busca el beneficio, inevitablemente alguien tiene un perjuicio, algo que no ocurre si se busca el “bien común” (cuya búsqueda se instaura literalmente la mayoría de las constituciones de los países “avanzados”).

La tesis fundamental, es que sin necesidad de que se operen cambios a nivel global o regional, podemos empezar a cambiar el mundo por nuestros pueblos, ciudades o territorios, convirtiéndolos en lugares del “bien común”. Y lo podemos empezar a hacer, por ejemplo, aplicando medidas de transparencia radical en la empresa y en los etiquetados de sus productos, de forma que quien consume sepa el máximo de detalles sobre los mismos. Por ejemplo, otorgando mayores ventajas fiscales a aquellas empresas que menor huella ecológica dejen o castigando a aquellas que empleen mano de obra infantil en su producción, y así conseguir algún día que los productos ecológicos o los de comercio justo sean más asequibles que el resto. Por ejemplo, fomentando los proyectos cooperativos, que no pasen por eliminar a la competencia. Por ejemplo, ayudando a las empresas con menor diferencia salarial entre el jefe y el último empleado, o a aquellas que hagan copartícipes de sus decisiones a un mayor número de trabajadores. Por ejemplo, haciendo que nuestros ayuntamientos tengan en cuenta en sus concursos públicos requisitos como los enunciados, de forma que quienes no los cumplan se vean incentivados a mejorar sus prácticas.

Podría poner más ejemplos de parámetros del “bien común”, así como de la metodología que Felber y su equipo ideado en los últimos años (y aún hoy siguen perfeccionando) para medir su cumplimiento. No se trata pues de ninguna ocurrencia.

Hay quienes dicen que el planteamiento es utópico. Probablemente lo sea, pero ese dilema ya lo aclaró Eduardo Galeano: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”. Pues eso. Hay alternativas. Ahora lo que hace falta es voluntad.


(Artículo publicado en Diario Vasco 13.05.13)





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