La miga

La semana pasada tuve el lujo de asistir a la apertura de un nuevo negocio en Vitoria-Gasteiz. El proyecto, impulsado por Txema y Elena, es un nuevo modelo negocio, es algo innovador.

Estamos acostumbrados a asociar la innovación a cuestiones relacionadas con la tecnología o la ciencia, cuando innovar es mucho más. No sé si Mamia – que es como se llama el negocio en cuestión – será considerado como innovador por parte las instituciones que se dedican a repartir ese label, pero para mí lo es.

Porque no es habitual que el obrador de una panadería esté separado de la calle por una simple luna de cristal, dejando sus secretos a la vista. Tampoco es normal que las empresas incorporen “de serie” un aula de formación, por la que sus promotores en este caso, pretenden que pasemos todos los vitorianos y parte del extranjero. Y esto también es innovar.

Evidentemente, las empresas se crean para ganar dinero, tienen que ser rentables. Y este caso no será una excepción. Pero intuyo que esta gente busca algo más, se pretende transformar una realidad. Tengo para mí que consideran que si conocemos el proceso de elaboración del alimento, la procedencia de la materia prima o las condiciones en las que trabajan quienes lo elaboran, seremos capaces de apreciar lo que tenemos entre manos. Y seremos capaces de saber y ver, aunque la corteza del pan nos lo impida, que la miga merece la pena.

No sé el lector, pero yo personalmente cada vez aprecio más los productos o los servicios con alma, con verdad y con calidad, aunque unos sean menos baratos que otros. Porque sé que una forma de hacer es sostenible y la otra no. Sé que no saben igual los chuchitos que Sosoaga lleva haciendo desde 1868, que los del Mercadona. Sé la diferencia entre elaborar un Ostatu y fabricar un García Carrión. Sé cuánto pagan a los trabajadores de las empresas locales y lo que cobran los pobres de FCC. Y muchas cosas más que no sé.

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