Una historia de Vitoria (I)

Hace unos días supimos que Lanbide, el servicio público vasco destinado a la intermediación entre las personas desempleadas y las empresas que necesitan emplear, interviene actualmente en el 2,6% de los contratos que se firman en Euskadi. Como dijo el propio consejero del ramo, está claro que “las empresas vascas pasan de Lanbide”. Y está bien que el Gobierno Vasco haga ese análisis y reconozca el fracaso, pero además habría que plantear alguna solución. Siquiera porque en el año pasado Lanbide contó con un presupuesto de gasto de 725 millones. Pero eso es harina de otro costal.

El caso es que de entre ese 2,6% de personas que Lanbide aporta a nuestras empresas, está Moha, un argelino de esos que dicen que viven de las ayudas sociales de forma fraudulenta. Un empresario vitoriano le dio la oportunidad en el pabellón en el que su empresa “produce” algunos de los alimentos de los que comemos en muchos de los restaurantes de la ciudad. Y viendo su valía y, sobre todo, su implicación en la empresa, decidió ascenderle y ponerlo de cara al público, en un puesto de venta directa.

El teléfono del empresario, que lleva en Vitoria toda la vida y que era bien conocido por sus clientes, comenzó a echar humo. “Pero hombre, ¿un moro?”. “¡A tus padres no se les hubiese ocurrido, lo que hay que ver!”. “¡Que sepas que no vuelvo a comprarte nada!”. Y así.

Lejos de retroceder, el empresario confió en Moha, en su valía y en su implicación. Hoy es el día en el que Ana, una de las clientas que más veces marcó el teléfono de nuestro empresario para afearle su decisión, da en mano a Moha propinas de 10 euros cuando este le acerca la compra al portal.

Hay argelinos que viven de las ayudas sociales de forma fraudulenta. Y magrebíes. Y rumanos. Y rusos. Y españoles. Y vascos. Y alaveses. Y vitorianos.

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