Alternativas frente a la desafección
Hace unos días nació "Grand Place", una revista semestral sobre cultura y pensamiento que dirigirá el escritor vasco Felipe Juaristi y que, con la ayuda de Luisa Etxenike, Iván Igartua, Belén Altuna, Fernando Golvano, Jon Sudupe y Jakes Agirrezabal, está llamada a constituir el motor de la Mario Onaindia Fundazioa.
La revista se divide en cuatro apartados: Norte, Sur, Este y Oeste. Mi aportación en este primer número, ha sido un artículo corto (en comparación con otros) para la sección Oeste: "Alternativas frente a la desafección".
Reproduzco mi artículo de forma íntegra inmediatamente, pero antes te pido que valores la posibilidad de suscribirte. Lo puedes hacer escribiendo a info@marioonaindiafundazioa.org, son 18€ al año.
ALTERNATIVAS FRENTE A LA DESAFECCIÓN
La revista se divide en cuatro apartados: Norte, Sur, Este y Oeste. Mi aportación en este primer número, ha sido un artículo corto (en comparación con otros) para la sección Oeste: "Alternativas frente a la desafección".
Reproduzco mi artículo de forma íntegra inmediatamente, pero antes te pido que valores la posibilidad de suscribirte. Lo puedes hacer escribiendo a info@marioonaindiafundazioa.org, son 18€ al año.
ALTERNATIVAS FRENTE A LA DESAFECCIÓN
Atravesamos la peor crisis política e
institucional de los últimos 35 años en nuestro país. Los partidos y las
principales instituciones de representación obtienen una pésima valoración
ciudadana. Y a pesar de los últimos cambios a nivel de Estado, tal y como
evolucionan las cosas, es imposible plantear un futuro con certezas sobre el
sistema representativo. Tampoco sabemos si la forma de democracia que vivan
nuestros biznietos se anclará sobre los partidos políticos, tal y como los
llevamos conociendo en el último siglo.
De entre las muchas funciones que han de
desempeñar la política y los partidos, a mi juicio, las dos principales deben
ser la de mediación entre la sociedad y las instituciones, y la de anticipar el
futuro. Por desgracia, asistimos a la pérdida del papel de mediación
representativa que los partidos deberían desempeñar, y vivimos una política
atrapada por los plazos electorales y, por tanto, de corto recorrido.
Pérdida de la función de mediación representativa.
Respecto de las razones que han llevado a
la política a no desempeñar esa función de mediación, la fundamental es que la
realidad ha pasado por encima de la política. La política no ha acompañado –
mucho menos liderado – a la sociedad en el proceso de innovación que ésta ha
experimentado en las últimas décadas en materia científica, económica, de
relaciones sociales, telecomunicaciones, etc.
Los partidos no han cambiado en Occidente. Quienes participaron en el
sistema político e institucional justo después de la Segunda Guerra Mundial
podrían participar en el sistema actual sin dificultad, ya que no hay grandes
diferencias en lo sustancial[1]. Y este gap se multiplica
si contemplamos el hecho de que, por muchos motivos, la gente hoy espera más de
la democracia que lo que esperaba en el pasado[2].
En el artículo 2.6 de la Constitución
española se da carta de naturaleza a un sistema de partidos cuyo papel es
“fundamental para la participación política”. Sea como consecuencia de la falta
de acompañamiento innovador a la sociedad, sea por otro tipo de razones, lo
cierto es que los partidos han ido perdiendo ese papel.
Pero también habría otras posibles
razones que dificultarían esa mediación representativa: Una. Que, a pesar de
que la mayor parte de la financiación de los partidos procede de las
instituciones, son ahora mismo “uno de los sectores más opacos de la sociedad”,
tal y como se fundamenta en el último informe de “Compromiso y Transparencia”[3]. Dos. Tanto si es debido al
sistema de listas cerradas y bloqueadas como si se debe a la falta de sosiego
que preside la toma de decisiones sobre los liderazgos, éstos acaban siendo
elegidos por cooptación, y no por un sistema de sana competencia entre las
personas más idóneas para desempeñar la responsabilidad en cuestión. Tres. Por
la propia concepción que la sociedad tiene de los partidos y que, en ocasiones,
los propios partidos tienen de sí mismos – organizaciones que no deben velar
por el interés general, sino por una “fracción” del mismo –, la información en
torno a las decisiones que se adoptan no acaba de fluir debidamente. De esta
forma, las reglas de voto se convierten en arbitrarias, puesto que al no haber
información suficiente se reducen las posibilidades de elegir entre una buena y
una mala candidatura. Cuatro, si los partidos tuvieran más presencia – que no
dirección – en los diferentes movimientos sociales, o si lo que sucediese
dentro de los partidos resultase de interés para los ciudadanos y, por tanto,
transcendiese públicamente, “el partido (y su militancia) se convertiría en un
vínculo con éstos y en instrumento de “alerta temprana” para sus dirigentes”[4].
Estas razones, acompañadas de la
fundamental, abonan la tesis de la necesidad de cambiar los partidos para que
recuperen su función de mediadores.
Pérdida de la función de anticipar el
futuro.
“La disposición al desacuerdo, al rechazo
o a la disconformidad constituyen la savia de una sociedad abierta”[5]. Así pues, en la formación
de la voluntad colectiva resulta imprescindible que haya autocrítica. Pero día
a día comprobamos que ésta brilla por su ausencia. La rectificación no se
estila, y cuando ésta se produce, es rara la ocasión en la que viene acompañada
de una clara asunción de responsabilidades y, en su caso, de una dimisión. Ejemplos
se podrían poner a decenas, de todos los colores y provenientes de todas las
latitudes del país.
Además, como indicaba anteriormente,
estamos ante un modelo de partidos en el que se premia la sumisión en un
sistema de elección de cargos por cooptación. Y para que este sistema perdure,
los partidos han dejado ser relevantes para los diferentes movimientos
sociales, clásicos y nuevos; se evitan los debates y la deliberación abierta;
no se incentiva la innovación; y, en consecuencia, se dificulta la ideación de
un proyecto de futuro alternativo ante la situación económica que vivimos.
En estas circunstancias, es lógico que
“el parcheo” campe a sus anchas, que las medidas coyunturales sean lo habitual
y que, en la medida en que se está demasiado pendiente de los medios de
comunicación y de la última encuesta, los proyectos a largo plazo no se
consideren rentables en términos electorales. Como consecuencia de todo ello,
obviamente, la función de anticipar el futuro desaparece.
Una fórmula abierta a la crítica.
Hace falta construir una mejor democracia,
recuperando sus dos funciones perdidas, en base a cuatro tipos de medidas.
Para que la política recupere su función
de mediación representativa, hacen falta:
1. Medidas de transparencia.
Si vivimos una crisis de confianza, el
nuevo contrato sociedad-instituciones debe basarse precisamente en lo que nos
puede permitir recuperarla: la transparencia.
Una transparencia traducida en medidas
concretas, como que las cuentas de los partidos y fundaciones políticas se
publiquen anualmente en sus webs, que se sometan a auditorías externas y que se
publiciten los informes de supervisión que el Tribunal de Cuentas hace de ellas
anualmente. También debería publicitarse de forma accesible y periódica la
evolución de las actividades y bienes de los cargos públicos. Y se debería
poder conocer de forma sencilla el destino de los dineros públicos que reciba
cualquier empresa, así como acceder a las declaraciones de bienes y actividades
de las y los responsables de las mismas (al menos en las públicas y
participadas).
2. Medidas de participación democrática.
Para que los partidos articulen la
participación que les encomienda la Constitución “hacia afuera”, primero
habrían de practicarla “hacia adentro”.
De modo que es el momento de que la
jefatura de los partidos se elija mediante el sistema de primarias, se empiece
a abrir camino a las listas abiertas y se establezca una frecuencia mayor en la
celebración de congresos para dar más oportunidades a la renovación. Deben arbitrarse
mecanismos de consulta a la militancia y a la sociedad de referencia – simpatizantes,
votantes registrados, etc. – de cara a la toma de las decisiones más
importantes. Y también hay que buscar ya un acuerdo en torno a un sistema
electoral más dinámico, con una mejor representatividad del voto y
desbloqueando las listas al Congreso y a los Parlamentos Autonómicos. Respecto
del Senado, si no se convierten en autonómicas las circunscripciones y no se
transforma ya en una Cámara de representación territorial, habría que
suprimirlo.
Por otra parte, para que la política
recupere su función de anticipar el futuro, propongo:
3. Medidas para estimular el debate crítico.
Las estructuras internas de la mayoría de
los partidos están demostrándose obsoletas a la hora de canalizar los debates
necesarios, de la sociedad hacia los partidos, y en el propio interior de los
mismos.
Así pues, para provocar el espíritu
crítico, sería bueno evitar los debates que giren en torno a ver quién es capaz
de adular más a la dirección del partido – o del gobierno de turno – de forma
que sólo se permita intervenir para manifestar los puntos de desacuerdo y
discutir sobre ellos, y para aportar nuevas ideas. También sería
democráticamente saludable poner en marcha un mecanismo que permita la revocación
de un cargo en los partidos/instituciones por mala gestión, incumplimiento de
programa o de las promesas que se hicieron para acceder al cargo. Para ello
habría que arbitrar mecanismos que permitieran que un grupo de afiliados/ciudadanos
que detecte una mala gestión o un incumplimiento, pueda provocar la celebración
de una consulta interna/referéndum, recogiendo la firma de un porcentaje
significativo de la militancia/población.
4. Medidas para una mejor dación de cuentas.
Finalmente, sería muy sano hacer
“visibles” para toda la ciudadanía los cargos orgánicos e institucionales de
todos los partidos políticos, las responsabilidades concretas que desempeñan y
la forma de contactar directamente con ellos sin necesidad de pasar por
“filtros”, sería un buen paso adelante. También sería útil y regenerador el
hecho de que las y los parlamentarios tuvieran oficinas de atención a pie de
calle en sus respectivas circunscripciones electorales. Otro paso adelante en
este sentido sería dotar de más medios humanos y materiales, cambiar su fórmula
de elección y ampliar el mandato de los Tribunales de Cuentas – y de las
comisiones de garantías en los partidos políticos –. Y también sería muy
higiénico, en términos democráticos, el hecho de que personas ajenas a la
institución pudieran formar parte de las Comisiones de Incompatibilidades de
los Parlamentos.
Transparencia, participación, debate
crítico y dación de cuentas serían los elementos que compondrían la fórmula de
una democracia mejor, dispuesta a dotarse nuevamente de sus dos principales
funciones.
No soy tan pretencioso como para pensar
que la fórmula planteada – y las medidas que la acompañan –, por sí misma, terminaría
de un plumazo con la desafección política. Pero sí creo que, de aplicarse, abriría
un camino de cambio en nuestra cultura político-democrática y, sobre todo,
serviría para extenderla a otros ámbitos de la sociedad, en los que es tanto o
más necesaria aún. Sólo dando ejemplo desde los partidos y desde la actividad
pública se podrá empezar a exigir a la actividad privada. Por eso es tan
importante “lo que uno hace en el ámbito de su propia vida, en la zona de
irradiación directa de su comportamiento, no en el mundo gaseoso y fácilmente
embustero de la palabrería”[6].
[1] VALLESPÍN, F., El futuro de la política, Taurus,
Madrid, 2003 (p.12).
[2] ALONSO, S., KEANE,
J., MERKEL, W., The future of
representative democracy, Cambridge University Press, New York, 2011
(p.13).
[3] Informe Transparencia, el mejor eslogan 2012, Fundación Compromiso y Transparencia: http://www.compromisoytransparencia.com/upload/08/30/InformePartidosPoliticos2012.pdf
[4] MARAVALL, J. Mª, Las promesas políticas, Galaxia Gutenberg, Madrid, 2013 (p.55).
[5] JUDT, T., Algo va mal, Taurus, Madrid, 2010 (p.151).
Comentarios