¿Nueva rebelión en la granja española?
“Pero no habían dado veinte pasos cuando se pararon bruscamente. Un enorme alboroto de voces venía desde la casa. Regresaron corriendo y miraron nuevamente por la ventana. Sí, se estaba desarrollando una violenta discusión: gritos, golpes sobre la mesa, miradas penetrantes y desconfiadas, negativas furiosas. El origen del conflicto parecía ser que tanto Napoleón como el señor Pilkington habían descubierto simultáneamente un as de espadas cada uno. Doce voces gritaban enfurecidas, y eran todas iguales. No había duda de la transformación ocurrida en las caras de los cerdos. Los animales, asombrados, pasaron su mirada del cerdo al hombre, del hombre al cerdo; y, nuevamente, del cerdo al hombre; pero ya era imposible distinguir quién era uno y quién era otro”.
Este es el final de “Rebelión en la granja”, genial novela de George Orwell, que satiriza sobre la evolución de la revolución rusa, desde la búsqueda de la justicia social hasta el macabro experimento de Stalin, encarnado en la obra por el cerdo Napoleón. Una revolución que terminó con la devaluación de una serie de valores, como consecuencia de la acción de unos dirigentes corruptos que se limitan a sustituir la vieja aristocracia zarista, por otra nueva, de origen proletario.
El resultado en “Rebelión en la granja” es el mismo. En nada quedaron las palabras con que Mayor, el anciano cerdo muerto antes del inicio de la rebelión, advertía a los animales: “En la lucha contra el Hombre, no debemos llegar a parecernos a él (…), no adoptéis sus vicios”. Los cerdos se transforman en hombres, pervirtiendo los valores que impulsaron la revolución, que terminó implosionada por un sanguinario dictador que acuñó frases como: “Las ideas son más poderosas que las armas. Y si nosotros no dejamos que nuestros enemigos tengan armas, ¿por qué dejaríamos que tuvieran ideas?”.
No ha sido por la acción de ningún dictador, que prácticamente se han esfumado las ideas que impulsaron hace 7 años el movimiento de los indignados o 15M. La idea de cambio allí surgida y sus propuestas alteraron de arriba abajo la agenda política, ante el noqueo de los principales actores del sistema.
En términos políticos, el surgimiento de Podemos y, posteriormente, de Ciudadanos tiene que ver con la conversión de la indignación social en indignación política. Evidentemente, los primeros nacieron con una vocación más transformadora que los segundos, que fueron más proclives hacia las reformas en el sistema. Pero unos y otros consiguieron generalizar la sensación de que el cambio era posible, enarbolando las principales banderas del 15M, que eran compartidas por 8 de cada 10 ciudadanos en España, según las encuestas de aquel momento. Parecía que el statu quo tocaba a su fin y que, viniendo desde atrás, unos u otros (o ambos juntos) conseguirían liderar el país e inaugurar una Segunda Transición.
A nosotros nos viene Orwell a la cabeza, cada vez que echamos la vista atrás y vemos el rapidísimo envejecimiento que han sufrido los partidos que recogieron aquellas banderas. Unos cometiendo el doble error de abandonar el eje transversal arriba-abajo y recogiendo las peores prácticas políticas y orgánicas del comunismo de Julio Anguita; y otros llevando el pragmatismo al extremo de la carencia argumental y la incoherencia.
En términos sociales, la consecuencia es que, aunque en todo este tiempo se han producido cambios, no se ha producido el cambio que necesitábamos. Por mencionar la evolución de algunas de las causas que originaron el movimiento de los indignados en nuestro país, la crisis de representación no ha terminado y los partidos siguen siendo percibidos como un problema por buena parte de la sociedad; aún hay una cuarta parte de la población en pobreza relativa o severa; tener un empleo en modo alguno garantiza que uno pueda llegar a fin de mes; o no ha disminuido la percepción de que la corrupción forma parte del sistema.
En términos políticos, los nuevos partidos han dejado nuevamente el terreno expedito para que PSOE y PP recuperen algunas de las posiciones que, hace apenas un año, parecían inalcanzables para ambos partidos. Está por ver cómo evoluciona el PP con los cambios que ha vivido, pero parece claro que el PSOE, después de haber tomado buena nota de las sensaciones de vivir al borde del abismo, se ha decidido a aprovechar su oportunidad. Y sin prestar atención a quienes le iban a criticar hiciera lo que hiciera, en poco tiempo ha recuperado la ilusión y ha reconciliado con la política a buena parte de la población, y ha devuelto la dignidad a unas instituciones que estaban siendo arrastradas por el lodo. Si, como ha dicho el Presidente este fin de semana, la profundidad de las reformas requieren un horizonte de aplicación de 10 años, la ciudadanía y el tiempo lo dirán.
Nosotros nos conformamos con menos. Porque hemos escuchado en muchas ocasiones que uno acaba convirtiéndose en lo que combate, tarde o temprano. Es así en “Rebelión en la granja”. Ha sido así con la evolución de los nuevos partidos en España. Nosotros tenemos la sincera (e ilusa?) esperanza de que el nuevo gobierno no camine en esa dirección.
(Artículo publicado por Miguel Gutiérrez Garitano y Óscar Rodríguez Vaz en El Correo, 03.10.18)
Este es el final de “Rebelión en la granja”, genial novela de George Orwell, que satiriza sobre la evolución de la revolución rusa, desde la búsqueda de la justicia social hasta el macabro experimento de Stalin, encarnado en la obra por el cerdo Napoleón. Una revolución que terminó con la devaluación de una serie de valores, como consecuencia de la acción de unos dirigentes corruptos que se limitan a sustituir la vieja aristocracia zarista, por otra nueva, de origen proletario.
El resultado en “Rebelión en la granja” es el mismo. En nada quedaron las palabras con que Mayor, el anciano cerdo muerto antes del inicio de la rebelión, advertía a los animales: “En la lucha contra el Hombre, no debemos llegar a parecernos a él (…), no adoptéis sus vicios”. Los cerdos se transforman en hombres, pervirtiendo los valores que impulsaron la revolución, que terminó implosionada por un sanguinario dictador que acuñó frases como: “Las ideas son más poderosas que las armas. Y si nosotros no dejamos que nuestros enemigos tengan armas, ¿por qué dejaríamos que tuvieran ideas?”.
No ha sido por la acción de ningún dictador, que prácticamente se han esfumado las ideas que impulsaron hace 7 años el movimiento de los indignados o 15M. La idea de cambio allí surgida y sus propuestas alteraron de arriba abajo la agenda política, ante el noqueo de los principales actores del sistema.
En términos políticos, el surgimiento de Podemos y, posteriormente, de Ciudadanos tiene que ver con la conversión de la indignación social en indignación política. Evidentemente, los primeros nacieron con una vocación más transformadora que los segundos, que fueron más proclives hacia las reformas en el sistema. Pero unos y otros consiguieron generalizar la sensación de que el cambio era posible, enarbolando las principales banderas del 15M, que eran compartidas por 8 de cada 10 ciudadanos en España, según las encuestas de aquel momento. Parecía que el statu quo tocaba a su fin y que, viniendo desde atrás, unos u otros (o ambos juntos) conseguirían liderar el país e inaugurar una Segunda Transición.
A nosotros nos viene Orwell a la cabeza, cada vez que echamos la vista atrás y vemos el rapidísimo envejecimiento que han sufrido los partidos que recogieron aquellas banderas. Unos cometiendo el doble error de abandonar el eje transversal arriba-abajo y recogiendo las peores prácticas políticas y orgánicas del comunismo de Julio Anguita; y otros llevando el pragmatismo al extremo de la carencia argumental y la incoherencia.
En términos sociales, la consecuencia es que, aunque en todo este tiempo se han producido cambios, no se ha producido el cambio que necesitábamos. Por mencionar la evolución de algunas de las causas que originaron el movimiento de los indignados en nuestro país, la crisis de representación no ha terminado y los partidos siguen siendo percibidos como un problema por buena parte de la sociedad; aún hay una cuarta parte de la población en pobreza relativa o severa; tener un empleo en modo alguno garantiza que uno pueda llegar a fin de mes; o no ha disminuido la percepción de que la corrupción forma parte del sistema.
En términos políticos, los nuevos partidos han dejado nuevamente el terreno expedito para que PSOE y PP recuperen algunas de las posiciones que, hace apenas un año, parecían inalcanzables para ambos partidos. Está por ver cómo evoluciona el PP con los cambios que ha vivido, pero parece claro que el PSOE, después de haber tomado buena nota de las sensaciones de vivir al borde del abismo, se ha decidido a aprovechar su oportunidad. Y sin prestar atención a quienes le iban a criticar hiciera lo que hiciera, en poco tiempo ha recuperado la ilusión y ha reconciliado con la política a buena parte de la población, y ha devuelto la dignidad a unas instituciones que estaban siendo arrastradas por el lodo. Si, como ha dicho el Presidente este fin de semana, la profundidad de las reformas requieren un horizonte de aplicación de 10 años, la ciudadanía y el tiempo lo dirán.
Nosotros nos conformamos con menos. Porque hemos escuchado en muchas ocasiones que uno acaba convirtiéndose en lo que combate, tarde o temprano. Es así en “Rebelión en la granja”. Ha sido así con la evolución de los nuevos partidos en España. Nosotros tenemos la sincera (e ilusa?) esperanza de que el nuevo gobierno no camine en esa dirección.
(Artículo publicado por Miguel Gutiérrez Garitano y Óscar Rodríguez Vaz en El Correo, 03.10.18)
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