La Bolsa y la desafección política

Según las personas encuestadas por el Centro de Investigaciones Sociológicas en su último barómetro, el de julio, la política y los políticos son el tercer problema más importante que tiene el país, solo por detrás del paro y la corrupción (que también se relaciona con la política).

Naturalmente, este desafecto hacia la actividad política y sus principales actores tiene causas múltiples, pero hoy me centraré únicamente en dos de las que más se citaron en nuestro país al calor del movimiento 15-M: la crisis económica y la creencia de una parte de la población de que la política no manda.

Se cumplen ahora 10 años de la caída de Lehman Brothers y del inicio de la denominada como Gran Recesión, que a tanta gente trabajadora ha arruinado, que tantas empresas se ha llevado por delante y que tantas injusticias ha generado en todo el mundo.

Muchos líderes de opinión y representantes políticos, empresariales o sindicales consideraban que la desafección política existente en aquellos años en nuestro país (y en otros muchos), se debía fundamentalmente a la crisis económica global y que, acabada la crisis, acabaría la desafección. Muerto el perro, muerta la rabia. Una explicación demasiado sencilla ante un problema demasiado complejo.

En consecuencia, aunque la crisis ya la dejamos atrás, la desafección política no ha desaparecido. Resumiendo mucho, podría decirse que la crisis económica acentuó el sentimiento de desafecto hacia la política, pero este existía antes de la crisis y existe después. Y por lo tanto, la crisis no está en el origen la desafección, el problema o los problemas son otros.

La segunda de las causas que pongo sobre la mesa hoy es la creencia a la que aludía al inicio. Esa en virtud de la cual muchos de nuestros conciudadanos consideran que existen unos poderes, pocos, no elegidos por la ciudadanía y no democráticos, que estarían moviendo los hilos.

Lejos de las teorías de la conspiración, el otro día me pasaron un artículo que me hizo pensar mucho. El artículo era obra de Erik Rood, y venía acompañado de un colorido gráfico que mostraba la relación que existía entre las empresas que cotizan en bolsa. Lo resumo en un titular: el 80% de las 50 mayores empresas cotizadas tienen relación entre sí a través de sus consejos de administración.

Al leer el artículo, me surgieron unas cuantas preguntas sobre la ética y el profesionalismo de las personas que se sientan en más de uno de esos consejos de administración. Pero en lo que realmente me entretuve fue descifrando el gráfico de Rood y, posteriormente, estableciendo conexiones entre las empresas. Y pensando en las cosas que podrían hacer (o estar haciendo) juntos Facebook y Walt Disney, o Visa y Microsoft, que son algunas de las empresas que comparten consejeros.

Pareciera que “nuestras vidas estuvieran controladas por fuerzas anónimas, globalización, mercados (...), sin que nadie pueda dar cuenta de ellas, ni ante las que pedir explicaciones. La gente se aleja de la política porque, previamente, la política, como centro de decisiones, se ha alejado de la gente y de su control”. Esta cita pertenece a un libro escrito en 2012 por quien fuera Ministro de Economía, Jordi Sevilla. Hoy es el presidente de Red Eléctrica Española. Sería muy clarificador saber cúando se tiene más poder sobre la tarifa eléctrica, si entonces o ahora.

Y en este punto, me puse más transcendente y me pregunté algo que, a buen seguro, todos y todas nos hemos preguntado alguna vez: ¿quién gobierna el mundo? ¿Nos gobiernan la política y los políticos?

Como consecuencia de los cambios en la realidad global, muchas de las decisiones que afectan a la vida de la ciudadanía se toman fuera de los marcos institucionales previstos para ello. Esto lleva a muchos ciudadanos a preguntarse por el sentido del voto, porque pareciera que votamos y elegimos a personas cuyas capacidades de acción están limitadas por poderes que se escapan a sus normativas y decisiones.

Se podrían poner ejemplos sobre decisiones que toman nuestras instituciones democráticas, pero que se gestan en otros lugares. Y basta con la revelación de algunos casos de manipulaciones, por desdicha reales, para que todas las situaciones se interpreten, como dice Pierre Rosanvallon, “desde la perspectiva de que las instituciones son meras cortinas de humo, tras las que se ocultarían una pequeña cantidad de poderes que manejan todos los hilos”.

Esta percepción, viene acompañada de una especie de fatalismo-conformismo basado en una idea defendida por muchos autores. Estos plantean como imperativo y urgente que tengamos conciencia de los límites de la acción de cada uno de los estados y gobiernos democráticos, y reconozcan su incapacidad para controlar categorías enteras de la sociedad.



Han pasado 10 años desde la caída de Lehman Brothers. Hemos atravesado la Gran Recesión. Sin embargo, aquella gran reforma del sistema capitalista que nos prometieron los entonces líderes mundiales aún no ha tomado forma. A pesar de todo, y reconociendo la existencia de los límites de los gobiernos y del poder de las grandes corporaciones, creo en el gran poder de transformación que otorgan las urnas. Y me alineo con otros muchos autores y activistas que plantean ideas y un discurso pro-positivo en la línea de buscar alternativas a este estado de las cosas. Una alternativa que pasa, en primer lugar, por que cada cual vaya ejerciendo el poder en clave de justicia en su propio marco de actuación (pequeñas y medianas empresas, ayuntamientos,...). Y una alternativa que debe, en segundo lugar, cuestionar los parámetros de lo que se entiende por “crecimiento”, tanto en términos micro, como macro-económicos.
(Artículo publicado en EL CORREO el 17.09.2018)

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