¿Por qué se centrifuga tanto talento?
He vivido personalmente en política el castigo a muchas personas de edad y líneas de pensamiento bien diferentes que, según el criterio de quienes dirigían en un momento coyuntural la maquinaria partidaria, eran “demasiado ambiciosas”.
Sin embargo, a mi juicio, estamos faltos de gente ambiciosa. En la política, en la empresa, en la sociedad en general. Porque, según la define la Real Academia de la Lengua Española, la ambición es el deseo ardiente de conseguir algo (poder, riquezas, dignidades,…) o la cosa que se desea con vehemencia.
Se me antoja del todo punto imposible regenerar el sistema político español, terminar con la tasa de pobreza que sufrimos o dar la vuelta a la escasa vocación emprendedora que tienen nuestros jóvenes, si no es de la mano de personas que tiren del carro con vehemencia, que tengan el deseo ardiente de conseguir grandes objetivos. De la mano de líderes. De la mano de personas con ambición, con mucha.
Hay una alta probabilidad de que este diagnóstico se asemeje al discurso oficial que nos llega desde las instituciones, las empresas o las organizaciones político-sociales. Sin embargo, una cosa es predicar y otra bien distinta es dar trigo.
Por seguir con el ejemplo de la política, el lector recordará como yo la forma en la que se ha laminado talento en la izquierda española en la última década. También en el ámbito de la derecha, muchos dirigentes con reconocida visión de largo plazo, se han visto obligados a doblar la rodilla ante “líderes” mediocres, que han permanecido en sus cargos apoyándose en la corrupción sistémica de la que ahora empezamos a ser verdaderamente conscientes. En las filas nacionalistas, se recordará cómo más de un nacionalista vasco de reconocida valía y sentido incluyente de país, se vio obligado a arrojar la toalla ante el dogmatismo circunstancial de quienes exclusivamente han demostrado su capacidad de acumular trienios en la cosa pública y en la vida orgánica de partido. Incluso las nuevas formaciones han tardado poco en envejecer en este terreno, puesto que tanto Ciudadanos como Podemos han desempolvado y revalorizado aquella máxima de “quien se mueva, no sale en la foto”, que Alfonso Guerra patentó en los años 80.
Pero este tipo de comportamientos no ocurren solo en política. También se dan en las organizaciones sociales o en las propias empresas que, en principio, y por mero instinto de supervivencia en el mercado, deberían primar el talento, el resultado y la consecución de los objetivos, por encima de las batallas de poder. Y, sin embargo, todos conocemos casos de personas con mucha valía y muy preparadas (y muy ambiciosas, en muchos casos) que han sido apartadas, con mayor o menor elegancia, de empresas o ámbitos de poder y toma de decisiones en el ámbito privado.
Pero, ¿por qué se centrifuga tanto talento? Y, sobre todo, ¿por qué resulta tan sencillo hacerlo? No es una pregunta fácil de responder, hay muchos factores a considerar. En todo caso, destacaré dos elementos que facilitan esa centrifugación, o que provocan que las organizaciones se permitan el lujo de apartar gente válida.
Un primer elemento es la propia vida, que va colocando en altísimos cargos (por herencia, por posición económico-social, por eliminación, etc.) a personas claramente incapacitadas para desempeñar semejantes cotas de responsabilidad. Todos hemos conocido, por ejemplo, a empresarios de segunda o tercera generación a los que, tras haber tenido inmejorables oportunidades de formación y de trabajo en el extranjero, “les ha caído” la empresa familiar sin estar preparados para dirigirla. O, por ejemplo, todos tenemos en mente personas con apellidos que, independientemente de los distintos procesos regeneradores que han vivido sus respectivos partidos, que se van sucediendo den generación en generación en puestos de responsabilidad político-pública. Me refiero a un tipo de personas poco preparadas (y lógicamente inseguras), que cuando llega a la cúspide de sus respectivas organizaciones, convive mal con la innovación, con la crítica, con las propuestas diferentes, con las ideas. Entonces la mediocridad gana posiciones y, lógicamente, el talento las pierde.
Pero, un segundo tipo de elementos facilitadores de estas conductas socialmente autodestructivas, son provocados por los propios (y buenos) líderes. A veces, estos facilitan la decapitación de otras personas igualmente válidas y talentosas. Cuando una persona dirige un proyecto o una idea en una organización, por lo general, son otras personas las que le previamente le han otorgado ese estatus especial de líder. No es que las personas que apoyan al líder no sean líderes a su vez, no. Es que, una vez se acuerda un mínimo ideario común, algunos deciden ceder o renunciar a posiciones de cabeza para que otros las ganen.
El problema viene cuando el líder olvida que su ambición nació en un grupo y cuando no recuerda partes críticas del proceso completo que permitieron su encumbrado en la organización. Las dificultades surgen cuando el líder prima excesivamente la ética de la responsabilidad sobre la ética de las convicciones, pasando a convivir (sin denunciar) con los comportamientos inmorales de otros individuos que el poder establecido justifica como irremediables. Cuando el líder va creciendo en solitario en el escalafón de la organización, dejando de lado el colectivo o permitiendo se menosprecie a otros líderes que cedieron posiciones en su favor, la centrifugación del talento ya se ha gestado. Y va tomando cuerpo, especialmente, cuando por azares vitales, la cúspide de su organización es ocupada por mediocres. Es entonces cuando el líder, sin darse cuenta, acaba convirtiéndose en un títere de los incapaces que, circunstancialmente, constituyen el poder establecido. Es ahí cuando el líder deja de serlo.
Sin embargo, a mi juicio, estamos faltos de gente ambiciosa. En la política, en la empresa, en la sociedad en general. Porque, según la define la Real Academia de la Lengua Española, la ambición es el deseo ardiente de conseguir algo (poder, riquezas, dignidades,…) o la cosa que se desea con vehemencia.
Se me antoja del todo punto imposible regenerar el sistema político español, terminar con la tasa de pobreza que sufrimos o dar la vuelta a la escasa vocación emprendedora que tienen nuestros jóvenes, si no es de la mano de personas que tiren del carro con vehemencia, que tengan el deseo ardiente de conseguir grandes objetivos. De la mano de líderes. De la mano de personas con ambición, con mucha.
Hay una alta probabilidad de que este diagnóstico se asemeje al discurso oficial que nos llega desde las instituciones, las empresas o las organizaciones político-sociales. Sin embargo, una cosa es predicar y otra bien distinta es dar trigo.
Por seguir con el ejemplo de la política, el lector recordará como yo la forma en la que se ha laminado talento en la izquierda española en la última década. También en el ámbito de la derecha, muchos dirigentes con reconocida visión de largo plazo, se han visto obligados a doblar la rodilla ante “líderes” mediocres, que han permanecido en sus cargos apoyándose en la corrupción sistémica de la que ahora empezamos a ser verdaderamente conscientes. En las filas nacionalistas, se recordará cómo más de un nacionalista vasco de reconocida valía y sentido incluyente de país, se vio obligado a arrojar la toalla ante el dogmatismo circunstancial de quienes exclusivamente han demostrado su capacidad de acumular trienios en la cosa pública y en la vida orgánica de partido. Incluso las nuevas formaciones han tardado poco en envejecer en este terreno, puesto que tanto Ciudadanos como Podemos han desempolvado y revalorizado aquella máxima de “quien se mueva, no sale en la foto”, que Alfonso Guerra patentó en los años 80.
Pero este tipo de comportamientos no ocurren solo en política. También se dan en las organizaciones sociales o en las propias empresas que, en principio, y por mero instinto de supervivencia en el mercado, deberían primar el talento, el resultado y la consecución de los objetivos, por encima de las batallas de poder. Y, sin embargo, todos conocemos casos de personas con mucha valía y muy preparadas (y muy ambiciosas, en muchos casos) que han sido apartadas, con mayor o menor elegancia, de empresas o ámbitos de poder y toma de decisiones en el ámbito privado.
Pero, ¿por qué se centrifuga tanto talento? Y, sobre todo, ¿por qué resulta tan sencillo hacerlo? No es una pregunta fácil de responder, hay muchos factores a considerar. En todo caso, destacaré dos elementos que facilitan esa centrifugación, o que provocan que las organizaciones se permitan el lujo de apartar gente válida.
Un primer elemento es la propia vida, que va colocando en altísimos cargos (por herencia, por posición económico-social, por eliminación, etc.) a personas claramente incapacitadas para desempeñar semejantes cotas de responsabilidad. Todos hemos conocido, por ejemplo, a empresarios de segunda o tercera generación a los que, tras haber tenido inmejorables oportunidades de formación y de trabajo en el extranjero, “les ha caído” la empresa familiar sin estar preparados para dirigirla. O, por ejemplo, todos tenemos en mente personas con apellidos que, independientemente de los distintos procesos regeneradores que han vivido sus respectivos partidos, que se van sucediendo den generación en generación en puestos de responsabilidad político-pública. Me refiero a un tipo de personas poco preparadas (y lógicamente inseguras), que cuando llega a la cúspide de sus respectivas organizaciones, convive mal con la innovación, con la crítica, con las propuestas diferentes, con las ideas. Entonces la mediocridad gana posiciones y, lógicamente, el talento las pierde.
Pero, un segundo tipo de elementos facilitadores de estas conductas socialmente autodestructivas, son provocados por los propios (y buenos) líderes. A veces, estos facilitan la decapitación de otras personas igualmente válidas y talentosas. Cuando una persona dirige un proyecto o una idea en una organización, por lo general, son otras personas las que le previamente le han otorgado ese estatus especial de líder. No es que las personas que apoyan al líder no sean líderes a su vez, no. Es que, una vez se acuerda un mínimo ideario común, algunos deciden ceder o renunciar a posiciones de cabeza para que otros las ganen.
El problema viene cuando el líder olvida que su ambición nació en un grupo y cuando no recuerda partes críticas del proceso completo que permitieron su encumbrado en la organización. Las dificultades surgen cuando el líder prima excesivamente la ética de la responsabilidad sobre la ética de las convicciones, pasando a convivir (sin denunciar) con los comportamientos inmorales de otros individuos que el poder establecido justifica como irremediables. Cuando el líder va creciendo en solitario en el escalafón de la organización, dejando de lado el colectivo o permitiendo se menosprecie a otros líderes que cedieron posiciones en su favor, la centrifugación del talento ya se ha gestado. Y va tomando cuerpo, especialmente, cuando por azares vitales, la cúspide de su organización es ocupada por mediocres. Es entonces cuando el líder, sin darse cuenta, acaba convirtiéndose en un títere de los incapaces que, circunstancialmente, constituyen el poder establecido. Es ahí cuando el líder deja de serlo.
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