Indignarse otra vez

“Esto es insostenible. Hazme caso, en muy pocos días Rajoy tendrá que irse y se convocarán elecciones en un plazo muy corto. No hay alternativa”. El deseo, y no la realidad, llevó a un amigo a decirme esta frase el viernes pasado. Y como él, lo desean muchos otros ciudadanos a los que la incertidumbre política hace mucho daño en su día a día.

Es verdad que, antes de la conversación conmigo, mi amigo ya había leído todos los titulares de prensa, las principales editoriales y, aunque sea por encima, las conclusiones básicas de la sentencia sobre el mayor caso de corrupción política que ha tenido lugar en nuestro país. Y también había escuchado al líder de Ciudadanos decir que la sentencia del caso "Gürtel" suponía “un antes y un después” en la relación que mantiene con el Gobierno.

Seguramente, lo que mi viejo amigo no acaba de entender es que en la política de hoy, la pos-verdad se abre paso de manera más grotesca de lo que hubiéramos imaginado cuando observamos a la irrupción de Trump. Y las promesas del informativo matinal ya han caducado para el informativo del mediodía. Así, el incumplimiento de la palabra dada es una de las grandes causas de la desafección política en nuestro país. Esta, y otras razones, llevan a buena parte de la ciudadanía a pensar que la política y los políticos son un problema, no una solución. Y mi amigo olvidó contemplar en su análisis que esa percepción se debe, precisamente, a los comportamientos y las decisiones que han tomado (o dejado de tomar) los partidos en materia de regeneración democrática.


Como todo buen empresario, mi amigo tiene que tomar decisiones todos los días, asumiendo la incertidumbre que esa actividad lleva incrustada en su ADN. Y esa, su realidad, es la fuente de su incomprensión. No le entra en la cabeza que un responsable político (¡el máximo del país!) pueda permanecer de brazos cruzados ante la mayor crisis institucional de nuestra historia reciente.

Esta crisis tiene muchos progenitores. El primero es, por supuesto, el inmovilismo y la alergia al cambio de la política española. Porque los principales partidos (nacionales y regionales), afectados por el shock del movimiento 15-M, nos apabullaron con infinidad de promesas regeneradoras. Una llama de regeneración que fue apagada por los primeros vientos de recuperación económica.

Pero la actual crisis institucional tiene también como progenitora a la (in)acción directa de un Gobierno que está arrastrando las instituciones con una irresponsabilidad indigna de cualquiera que crea mínimamente en el Estado. Rajoy sigue al frente del Gobierno sin pestañear, cuando ostenta el dudoso récord de haber sufrido la reprobación de cinco de sus ministros, del Fiscal General, y, además, de tener que defenderse de dos mociones de censura. Se me ocurren pocas formas peores de desprestigiar al Estado.

Seguramente, las causas que han provocado esta crisis importarán poco a mi amigo, que ayer ya observaba la realidad entre atónito e incrédulo. La indignación pareciera haber desparecido de sus repertorio de conductas posibles.

Es muy posible que la actual censura al Presidente del Gobierno no salga adelante. Y también es posible que mi amigo, y los millones de personas que piensan como él, pasen de sus actuales sentimientos de atonía e la incredulidad, al desistimiento. Sin embargo, si lo que realmente anhela mi amigo es un cambio, debe saber que la indignación es el primer paso para cualquier transformación. Y si la sentencia por el caso “Gürtel” no ha conseguido indignarle, quiero que sepa que próximamente conoceremos las sentencias por la “caja b” y por la financiación irregular del PP en Valencia, causas vinculadas a la investigación de los casos “Taula”, “Púnica” y “Lezo”.

La solución a esta situación no se antoja sencilla. Pero si al inmovilismo político, le acompaña el inmovilismo cívico, la solución se tornará imposible. Así pues, ¡hay que indignarse otra vez!


(Artículo publicado EL CORREO y otros diarios de VOCENTO)


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