La izquierda y las tres C
Entre tanto ruido, hay debates vitales para el futuro de nuestra sociedad que se abren paso ocasionalmente. Afortunadamente. Las pensiones y la viabilidad del sistema que las ordena está en discusión estos días, esencialmente, gracias al empuje que le han dado al asunto los principales afectados. Los entonces conocidos como “yayoflautas” ya dieron muestras de su compromiso colectivo y capacidad movilizadora en torno al 15M. Quien tuvo, retuvo.
Pero para pagar pensiones (dignas) hace falta que las capas jóvenes de la población sean suficientemente numerosas y que, además, coticen los suficiente. No es ese nuestro caso. Por si fuera poco, la generación más preparada de la historia lo tiene crudo. Según los datos oficiales, las tasas de paro y precariedad afectan a los jóvenes en mayor medida que a otros grupos de edad, y son comparativamente los que sufren un mayor riesgo de caer en la pobreza, con lo que no cuentan con demasiadas posibilidades de construir aquí un futuro con autonomía. No se trata de un problema sectorial. Estamos ante un verdadero reto de país, agravado por la primera de las crisis que llevamos una década viviendo, la económica.
Junto a la económica, también estamos atravesando una crisis de la representación, caracterizada por la pérdida de credibilidad de los partidos políticos como instrumentos útiles de intervención social. Y hay una tercera crisis, la que afecta a las principales instituciones del Estado, que registran pésimas valoraciones por parte de la ciudadanía española en los últimos años.
Estas tres crisis constituyen los pilares sobre los que se edifica la desafección política que se vive aún en España y, por lo general, cuando la política y el Estado están en crisis, suelen ganar posiciones aquellos que abogan por menos Estado. Pero más allá del recambio que supondría Ciudadanos, ¿dónde está la alternativa a este modelo? ¿Qué es de la Socialdemocracia y la izquierda en nuestro país?
Resumiendo mucho, la izquierda está perdida y sin liderazgo. Evidentemente, no se trata de un hecho característicamente nuestro, ya que este mal afecta a casi todas las formaciones progresistas occidentales. Pero esta realidad global, en modo alguno justifica la falta de iniciativa en cualquier ámbito más regional o local. Porque no hay partido progresista español que necesite pedir permiso a ningún ente superior para plantear alternativas a las políticas socio-económicas que se están poniendo en práctica, o para ser medianamente coherente, o para entenderse con otras formaciones políticas de su espectro ideológico más cercano.
Y es que sobre esos tres elementos pivotarían, a mi juicio, las opciones de recuperación del progresismo en España. Así, en primer lugar, la izquierda tendría que dejar de definirse en contraposición al PP o Ciudadanos, para empezar a redefinir sin complejos las señas de identidad propias de una nueva opción en clave de alternativa socio-económica. Esto no pasa por seguir insistiendo en que hace falta un reparto más equitativo de los recursos a través de la enésima reforma fiscal – algo necesario, por supuesto –, sino por idear políticas valientes con visión de conjunto que permitan sencillamente crear. Propuestas que ayuden a generar nuevos recursos para después, sí, repartirlos mejor. Hay que innovar e inventar nuevas medidas que permitan un desarrollo diferente, y en ese reto llevan embarcadas muchas asociaciones ciudadanas y organizaciones sociales desde hace años, a las que quizás no se esté prestando la atención debida.
En segundo lugar, miremos donde miremos, la coherencia es un valor demasiado abandonado por nuestra izquierda en los últimos tiempos. Por mucho que mande Alemania (y al margen de la clara división de las bases socialdemócratas alemanas), el hecho de que Shulz apartase al líder anterior del SPD para ser candidato y presentarse ante el electorado con el argumento principal de no reeditar una gran coalición con Merkel, para pasar posteriormente a ser el principal defensor de la misma, no justifica que aquí las izquierdas sigan sus pasos. Por ejemplo, Podemos se presentó a las elecciones generales queriendo cerrar el paso a Rajoy, pero cuando pudo hacerlo, a quien cerró el paso fue a Sánchez. O, por ejemplo, el PSOE también dijo en campaña que era el partido que representaba la alternativa a Rajoy, sin embargo cuando llegó la ocasión de acordar esa alternativa, se pegó un tiro en el pie pactando con Ciudadanos, antes de entenderse con quienes compartían en buena medida su visión del país. Es crítico, máxime en la situación de falta de credibilidad en la que nos encontramos, decir lo que se hace y hacer lo que se dice. También en Euskadi habría mucho que decir a este respecto, pero hoy no hay espacio.
Y en tercer lugar, ningún partido progresista conseguirá lograr el poder por sí solo. Es lo que hay, por mucho que esta realidad fuera otra hace apenas un lustro. Por lo tanto, no queda otra que sentar en torno a una mesa el talento de cada una de las partes – el que quede, después de las sucesivas centrifugaciones del mismo que se han dado tanto en el PSOE como en Podemos –, poner las cartas boca arriba y empezar a trabajar una alternativa conjunta a dos años vista.
Crear, ser coherentes y cooperar. No veo otro camino.
Pero para pagar pensiones (dignas) hace falta que las capas jóvenes de la población sean suficientemente numerosas y que, además, coticen los suficiente. No es ese nuestro caso. Por si fuera poco, la generación más preparada de la historia lo tiene crudo. Según los datos oficiales, las tasas de paro y precariedad afectan a los jóvenes en mayor medida que a otros grupos de edad, y son comparativamente los que sufren un mayor riesgo de caer en la pobreza, con lo que no cuentan con demasiadas posibilidades de construir aquí un futuro con autonomía. No se trata de un problema sectorial. Estamos ante un verdadero reto de país, agravado por la primera de las crisis que llevamos una década viviendo, la económica.
Junto a la económica, también estamos atravesando una crisis de la representación, caracterizada por la pérdida de credibilidad de los partidos políticos como instrumentos útiles de intervención social. Y hay una tercera crisis, la que afecta a las principales instituciones del Estado, que registran pésimas valoraciones por parte de la ciudadanía española en los últimos años.
Estas tres crisis constituyen los pilares sobre los que se edifica la desafección política que se vive aún en España y, por lo general, cuando la política y el Estado están en crisis, suelen ganar posiciones aquellos que abogan por menos Estado. Pero más allá del recambio que supondría Ciudadanos, ¿dónde está la alternativa a este modelo? ¿Qué es de la Socialdemocracia y la izquierda en nuestro país?
Resumiendo mucho, la izquierda está perdida y sin liderazgo. Evidentemente, no se trata de un hecho característicamente nuestro, ya que este mal afecta a casi todas las formaciones progresistas occidentales. Pero esta realidad global, en modo alguno justifica la falta de iniciativa en cualquier ámbito más regional o local. Porque no hay partido progresista español que necesite pedir permiso a ningún ente superior para plantear alternativas a las políticas socio-económicas que se están poniendo en práctica, o para ser medianamente coherente, o para entenderse con otras formaciones políticas de su espectro ideológico más cercano.
Y es que sobre esos tres elementos pivotarían, a mi juicio, las opciones de recuperación del progresismo en España. Así, en primer lugar, la izquierda tendría que dejar de definirse en contraposición al PP o Ciudadanos, para empezar a redefinir sin complejos las señas de identidad propias de una nueva opción en clave de alternativa socio-económica. Esto no pasa por seguir insistiendo en que hace falta un reparto más equitativo de los recursos a través de la enésima reforma fiscal – algo necesario, por supuesto –, sino por idear políticas valientes con visión de conjunto que permitan sencillamente crear. Propuestas que ayuden a generar nuevos recursos para después, sí, repartirlos mejor. Hay que innovar e inventar nuevas medidas que permitan un desarrollo diferente, y en ese reto llevan embarcadas muchas asociaciones ciudadanas y organizaciones sociales desde hace años, a las que quizás no se esté prestando la atención debida.
En segundo lugar, miremos donde miremos, la coherencia es un valor demasiado abandonado por nuestra izquierda en los últimos tiempos. Por mucho que mande Alemania (y al margen de la clara división de las bases socialdemócratas alemanas), el hecho de que Shulz apartase al líder anterior del SPD para ser candidato y presentarse ante el electorado con el argumento principal de no reeditar una gran coalición con Merkel, para pasar posteriormente a ser el principal defensor de la misma, no justifica que aquí las izquierdas sigan sus pasos. Por ejemplo, Podemos se presentó a las elecciones generales queriendo cerrar el paso a Rajoy, pero cuando pudo hacerlo, a quien cerró el paso fue a Sánchez. O, por ejemplo, el PSOE también dijo en campaña que era el partido que representaba la alternativa a Rajoy, sin embargo cuando llegó la ocasión de acordar esa alternativa, se pegó un tiro en el pie pactando con Ciudadanos, antes de entenderse con quienes compartían en buena medida su visión del país. Es crítico, máxime en la situación de falta de credibilidad en la que nos encontramos, decir lo que se hace y hacer lo que se dice. También en Euskadi habría mucho que decir a este respecto, pero hoy no hay espacio.
Y en tercer lugar, ningún partido progresista conseguirá lograr el poder por sí solo. Es lo que hay, por mucho que esta realidad fuera otra hace apenas un lustro. Por lo tanto, no queda otra que sentar en torno a una mesa el talento de cada una de las partes – el que quede, después de las sucesivas centrifugaciones del mismo que se han dado tanto en el PSOE como en Podemos –, poner las cartas boca arriba y empezar a trabajar una alternativa conjunta a dos años vista.
Crear, ser coherentes y cooperar. No veo otro camino.
(Artículo publicado en EL CORREO el 07.03.18)
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