La corrupción blanda
Según el Eurobarómetro, los españoles son los ciudadanos de toda la Unión Europea que mayores niveles de corrupción perciben. Un dato que concuerda con lo manifestado por el informe del Grupo de Estados contra la Corrupción del Consejo de Europa (GRECO) dado a conocer hace unos días, según el cual nuestro país no ha cumplido con ninguna de las once medidas que le propusieron para luchar contra la corrupción.
Nuestros partidos políticos prometen y exigen transparencia permanentemente en su discurso públio. Sin embargo, constituyen uno de los sectores organizativos más opacos de la sociedad, algo especialemente grave, si tenemos en cuenta del papel constitucional que desempeñan.
¿Por qué cuesta tanto la apertura y regeneración política que se predica elección tras elección? En buena medida, porque existe un problema de raíz no resuelto, el los recursos que dedicamos al sistema. La corrupción es definida por el Informe GRECO como un “fenómeno complejo, estrechamente relacionado con la financiación de los partidos políticos”. Los ingresos por afiliados no sustentan a las organizaciones políticas, de hecho, según diferentes estudios, la mayoría de los partidos no cubren ni una cuarta parte de sus presupuestos gracias a las cuotas de los militantes, mientras que la vía de financiación más importante en las democracias parlamentarias son las subvenciones directas.
Y es cierto que en cuarenta años no se ha acertado con una fórmula que permita una financiación de los partidos acorde con su vital desempeño en nuestra democracia y que, además, esta sea socialmente aceptada. Aunque quizás ocurra que socialmente no se acepte, precísamente porque los partidos – que siguen siendo organizaciones privadas – no han predicado con el ejemplo en materia de transparencia y dación de cuentas a la ciudadanía.
Pero más allá de la cuestión de la financiación, el mencionado informe GRECO aborda la prevención de la corrupción “hacia fuera”, en instituciones como Congreso de los Diputados, el Poder Judicial o la Fiscalía. Sin embargo, tanto o más importante es hacer la reflexión en torno a la corrupción que se da “hacia dentro”. La corrupción blanda. Esa que parece que no existe, pero que puede ser que funcione de manera tan engrasada o que se haya extendido tanto en una sociedad, que dome sus resortes y no la veamos con tanta nitidez (Subirats y Vallespín).
No me refiero a la corrupción ilegal. Me refiero a las pequeñas corruptelas y tratos de favor que permiten a quienes gobiernan las organizaciones, seguir haciéndolo. Lo hagan bien o mal. Obtengan buenos o pésimos resultados electorales. Por desgracia, en el interior de los partidos el clientelismo está más o menos generalizado, aceptándose, la privatización de bienes públicos como rentas indirectas o directas de quienes nos representan o nos gobiernan, por poner solo un ejemplo. Y es que en el interior de los partidos está asumido que determinados responsables orgánicos sean nombrados como cargos de confianza en instituciones públicas – con sueldo público –, aunque su principal desempeño no sea el de trabajar para estas, sino el de “hacer partido”.
Con prácticas “legales” de este tipo, se pervierten la institucioes, se reduce la calidad de nuestra democracia y de los mecanismos de control, y se debilita nuestro sistema democrático. Con este modus operandi quienes viven de las diferentes estructuras de poder, no estarán interesados en la implementación de ninguna forma de rendición de cuentas real. Y cuando esta lógica se extiende, actos que serían perseguibles penalmente, o actuaciones de dudosa cobertura moral – e incluso legal – son admitidos e aclamados internamente para que no peligre el modo de vida de quienes sostienen esas estructuras de poder.
A mi juicio, este, el (mal) funcionamiento interno de los partidos, es el principal obstáculo para una verdadera política de apertura y regeneración política en nuestro país. Y como hemos conocido en los últimos tiempos a través de los medios de comunicación, no se trata de un problema que afecte solo a los grandes partidos (PP, PSOE, PdCat, PNV,…), sino que los partidos que nacieron hace apenas tres años para cambiar esta realidad, también se han dejado arrastrar por la misma inercia. Y, por tanto, es en ese funcionamiento interno en el que se debería incidir a la hora de marcar las prioridades de acción y elección.
Al igual que en la politica, en nuestra propia vida, la excelencia puede ser emulada igual que la mediocridad. Por eso importa lo que uno hace en la zona de influencia directa de sus acciones. De hecho, algunos autores plantean que las sociedades donde la corrupción no prospera son aquellas en las que se ataja con contundencia la corrupción blanda en cuanto asoma. Pero el problema de extender esta idea del control social que los valores dominantes de esas sociedades ejercen sobre la corrupción plantea un reto: cambiar la mentalidad de todo un país, lo que supone un cambio en una doble dirección, también desde la perspectiva ciudadana.
Mirémonos al espejo. Además de quejarnos y situar a la política como uno de los principales problemas del pais, ¿predicamos con el ejemplo? ¿La escala de valores que rije nuestra cotidianeidad es muy diferente a la de quienes nos representan y gobiernan? ¿La corrupción blanda no se da en otros ámbitos de la sociedad? Y lo más importante: ¿estamos dispuestos a cambiar?
(Artículo publicado en EL CORREO y diarios de VOCENTO 08.01.18)
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