El fracaso

Echo en falta que los responsables de organizaciones de todo tipo o los líderes de opinión hablen más del fracaso. Muchos de ellos hablan de las bondades de EEUU en diferentes materias. Sin embargo, pocas veces se les escucha decir que allí llegar con un par de fracasos previos a la hora de pedir un crédito para crear una empresa no es una mala carta de presentación. Todas y todos sabemos lo que pasa aquí en las mismas circunstancias: la entidad bancaria no ve la oportunidad, sólo ve el riesgo.

Aquí el fracaso es visto como un mal que te persigue por el resto de tus días. No existe el incentivo legal para crear y lanzar nuevos proyectos, en la medida en que el precio del fracaso es altísimo a nivel legal. Pero también hay miedo al fracaso desde el punto de vista social y de la imagen. Nos enseñan desde pequeños a decir siempre que las cosas nos van bien. Se nos dice que no hay que exteriorizar los estados de ánimo adversos.

Así, tanto el miedo legal, como el miedo social al fracaso formarían parte de las razones que nos llevan a arriesgar menos. Como muestra, un botón. Según un estudio sobre espíritu empresarial llevado a cabo por las Cámaras de Comercio de nuestro país, el porcentaje de personas que quieren ser asalariadas es similar en España y EEUU. Sin embargo, estamos 10 puntos por debajo en cuanto a la predisposición a autoemplearse.

Cuando uno crea su propio negocio asume el riesgo de fracasar. Y cuando uno sufre una derrota, cuando se fracasa, se pasa mal. Pero si uno consigue sobreponerse, hay muchas posibilidades de que no vuelva a repetir los comportamientos que le llevaron a esa situación. Es ahí donde se produce el aprendizaje, precursor del emprendizaje y, por tanto, la fuente de todo futuro éxito.

Y esto no es sólo válido para el mundo de la empresa, sino que lo es también para cualquier aspecto de la vida.

(Artículo publicado en DNA 21.02.16)

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