Febrero y la esperanza

Creo que hoy por la mañana, al asistir al acto de homenaje a Fernando Buesa y Jorge Díez en el campus universitario de Álava, he sentido por primera vez algo similar a lo que Bertolt Brecht sintió cuando dijo aquello de "la crisis se produce cuando lo viejo no acaba de morir y cuando lo nuevo no acaba de nacer".

Desde el pasado 20 de octubre, día del anuncio del cese definitivo de ETA, somos muchos los ciudadanos vascos que vivimos más felices. No hay líneas suficientes como para describir todo lo que sentimos aquellos que hemos vivido amenazados desde muy jóvenes (desde demasiado jóvenes), el día en el que supimos que jamás volvería a ocurrir. La cabeza se inunda de recuerdos, de sentimientos y, sobre todo, de personas. Vienen a la cabeza los nombres de todos los luchadores por la libertad que dejaron lo mejor de sus vidas y la vida misma con el objetivo de que en el futuro viviéramos los tiempos que vivimos hoy.

No recuerdo muy bien la manifestación de Bilbao a la que me llevó mi padre en homenaje a Enrique Casas, pero tengo grabado en la memoria que éramos muy pocos los que allí estábamos. Recuerdo a los compañeros de Gipuzkoa llorar el asesinato del Poto Múgica. Nunca olvidaré la dignidad con la que Tomasi y Josu recibieron a Mayor Oreja en aquella fría tarde en ayuntamiento de Lasarte convertido en capilla ardiente por el asesinato de Froilán. Como inolvidable es la vileza con que mataron a Joseba Pagazaurtundua. Y Fernando Buesa que, junto a Jorge, fue asesinado en la fábrica de pensamiento libre por excelencia. Soy consciente de que hay muchas otras formas de expresarlo, pero a mí no me sale otra: ¡febrero es un mes de mierda!

Pero febrero, siempre frío y oscuro, no siempre terminó vestido de luto. Mi amigo Eduardo, que tuvo a todo el país con el alma encogida aquella fea mañana, hoy es la expresión viva de que existe la esperanza de un futuro mejor, de otra Euskadi posible.

En otro febrero, este de hace sólo un año, miembros de la izquierda abertzale registraron un nuevo partido político – al que espero que pronto se abran las puertas de la democracia – acatando la Constitución y la ley de partidos, que contemplaba la expulsión de cualquiera de sus futuros miembros que no rechace todas las violencias, incluida la violencia de ETA.

Y también en febrero, este de hace solo un día, la inmensa mayoría del arco parlamentario en el Congreso de los Diputados ha suscrito un gran acuerdo en el que, además poner en valor que la razón democrática ha vencido al totalitarismo, se da por finiquitado el ciclo de la violencia terrorista.

Como decía al principio, mi sentimiento es contradictorio en este febrero. Lo viejo sigue ahí, aunque ya se empieza a ver lo nuevo. Los nombres del pasado atascan mi mente, al tiempo que la despejan los gestos del presente. Es verdad que aún queda el gran paso, pero “hay que ir despejando desconfianzas”. No lo digo yo, lo dice Eduardo.

El gran paso le corresponde a ETA darlo. A todos los demás nos toca seguir dando pequeños pasos. Pero firmes. Porque el futuro no está escrito, y si queremos escribirlo de forma compartida, como dijo un periodista valiente, "hay que pasar página, pero para pasarla, primero hay que leerla". Para lo bueno y para lo malo, febrero no desaparecerá del calendario. Esa, la de la memoria como pilar básico sobre el que edificar la convivencia democrática, es la gran tarea que tiene la sociedad vasca. Y esa, como Eduardo en febrero, es mi gran esperanza.

Comentarios

Thooby ha dicho que…
Bueno, yo tengo muy claro que hay gente que quiere que haya un futuro mejor, independientemente de lo que les suponga personalmente y otra gente que añora el status quo, porque piensa que el futuro puede ser azaroso. Soy viejo y mi futuro operativo inevitablemente debe de ser relativamente breve. Tal vez por eso pienso que atreverse a innovar es interesante. Creo que son tiempos de creatividad, por tanto de riesgo. Pero estoy seguro que quien no se arriesgue se equivocará. Eso si que es seguro.
XABIER INTZA ha dicho que…
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